Historias de vida


Por David Nacho

Estoy a punto de cumplir 33 años. Vivo en Argentina. Tengo una esposa y una hija. En los últimos meses, la experiencia de ser padres ha atravesado transversalmente todos los aspectos de mi vida. Esto es tan cierto que cuando me pongo a recordar cómo era yo en mis épocas de estudiante soltero, primero en Bolivia y después en Canadá, me invade un pensamiento: ¡era otra persona!

Sin embargo, esa otra persona soy yo. Yo y nadie más. Lo que une al padre y esposo de hoy con el estudiante de años atrás es una historia, una narrativa… mi historia, mi narrativa. El personaje de esta historia, obviamente, soy yo.

Esta narrativa es histórica y ficticia. Cuando digo que es histórica, quiero decir que los eventos que la forman sí pasaron. Cuando digo que es ficticia, no quiero decir que no sea verdad; más bien me refiero a la creativa interpretación que todos le damos a los acontecimiento de nuestras vidas. Para entender nuestra narrativa de vida, no basta con un simple recuento sucesivo de eventos. Muchas veces vemos los eventos de nuestra vida como irónicos, cómicos, trágicos, caóticos, etc. En otras palabras, necesitamos de la imaginación para darle sentido a nuestras vidas.

Para dicha tarea, necesito comparar mi narrativa con las narrativas de otros personajes: mis padres, personajes bíblicos, figuras históricas, etc. Es decir, sólo podemos acceder a nuestra verdadera identidad a través de la interpretación que hacemos sobre los eventos que nos suceden y la comparación que hacemos entre el significado de esos eventos y el significado de los eventos en la vida de otras personas. ¡Cuánta sabiduría hace falta para escoger bien las historias y los símbolos con los que damos significado a nuestra propia historia!

Soy el mismo; soy David. Y sin embargo era otra persona hace 15 o 10 años atrás. Otro pensamiento me invade. La transformación todavía sigue su curso. Mi historia no está completa. Esto quiere decir que tampoco está completa la interpretación de mi historia. ¿Quién hará la interpretación de mi historia y en base a qué? Si se compara mi historia con la de alguien más exitoso, poderoso, afortunado, admirado o querido, tal vez mi historia sea interpretada como algo insignificante. El escenario opuesto también es posible. ¿Cuáles son los símbolos, las narrativas, las ideologías que finalmente le darán significado a mi historia? ¿Serán las de nuestra sociedad de consumo? ¿Las de los medios de comunicación? ¿Las de los movimientos sociales o las de los lobbys?

Cuando decimos que Cristo nos redime, me parece que lo que decimos es que su historia redime nuestras historias personales. La salvación no sólo nos asegura un final feliz (burdamente dicho). La historia de Cristo interpreta y redime nuestra historia. No quiero decir que nuestras historias se vuelven cuentos de hadas, sino que nuestras historias se vuelven verdaderamente humanas y llenas de propósito. Poder entendernos a nosotros tiene mucho que ver con entender nuestras historias, y éstas adquieren su significado más profundo a la luz de la gran historia de Cristo.

Actualidad Religiosa


Atender las desigualdades
Mariano De Vedia - Diario la Nación

Cuando aún no se apagaron los ecos del fuerte debate por la ley de matrimonio gay, sancionada a mediados de julio, ya comenzaron a avanzar en el Congreso los proyectos para despenalizar el aborto. Más allá de las estrategias y argumentos que cada sector proclamará -desde el Gobierno y los sectores progresistas hasta la oposición y las instituciones religiosas-, el período electoral influirá decididamente en la marcha del debate. Entre las observaciones surgidas a raíz de la composición de la agenda política y las prioridades legislativas, no deja de ser oportuna la reciente exhortación del presidente de la Asociación Bautista Argentina, Raúl Scialabba, quien advirtió sobre las urgencias y los derechos de varias "minorías" que aún se mantienen postergados en el país.

"El leitmotiv de la ley que reconoce el matrimonio homosexual fue la necesidad de terminar con las desigualdades. Había que eliminar la desigualdad. ¿Por qué los gobernantes, legisladores, políticos, líderes religiosos y de opinión, empresarios, estudiantes, profesionales y responsables de los medios de comunicación no ponen el mismo empeño para encarar una lucha sin cuartel contra el resto de las desigualdades que en forma dramática afectan a millones de compatriotas?", se preguntó Scialabba, en un diálogo con LA NACION.

Esas minorías, apuntó, son los millones de jubilados que aún esperan acceder a un haber mínimo que les asegure alimentación y medicamentos, y los adolescentes y jóvenes que entran en contacto con el paco antes que con un libro de texto en la escuela. Otra minoría es el 25% de la población que vive con menos de ocho pesos por día y se siente excluido, advirtió Scialabba. ¿Quién se ocupa de ellos?

"Cuánto mejor sería nuestra actitud si con el mismo empeño y pasión que se pusieron para sancionar la ley de matrimonio gay viéramos que se articulan políticas, leyes y acciones que terminen con la inseguridad, que crece y parece no tener techo", concluyó el presidente de la entidad evangélica, que reúne a unas 30 iglesias bautistas en todo el país, en las que diariamente se promueven acciones de asistencia y promoción social.

Se trata de alternativas surgidas en la propia comunidad para atacar desigualdades que no son atendidas en forma eficiente por los sectores políticos y oficiales.

La nueva Jerusalén como modelo para la iglesia hoy

por Juan Stam

Conclusión de Apoc 21
Es siempre importante recordar que las enseñanzas proféticas nunca son una finalidad en sí, sólo para instruirnos sobre el futuro. Están escritas para inspirar esperanza ahora y obediencia a la voluntad de Dios y fidelidad a su reino. Por eso, las grandes esperanzas futuras de la fe (venida de Cristo, resurrección del cuerpo, juicio final y nueva creación) deben configurar y moldear las formas de nuestra misión hoy en nuestro mundo. Por lo mismo, la nueva Jerusalén puede, y debe, verse como modelo, en todo lo posible, para la iglesia de ahora. Hoy también estamos llamados a ser "una ciudad de puertas abiertas", donde reinan la justicia, la libertad y la igualdad.


La Iglesia que yo amo es así:

Es la iglesia que prefiere tener siempre sus puertas abiertas,aunque pueda colársele algún intruso, por miedo a que pase de largo un sólo mensajero del Espíritu que venga a enriquecerla;
La que está convencida y lo demuestra que el puerto es Cristo y que ella es sólo el faro que señala: el puerto está allí;
La que prefiere ser sembradora de esperanzas que espigas de miedo;
La que me dice honradamente, sin soberbia: "somos un pueblo en camino, hacia una meta común y necesitamos ir cogidos de la mano, beber en la misma fuente y tantear los mismos peligros":
La que demuestra al mundo que se puede conciliar el máximo de libertad humana con la obediencia al Creador;
La que tenga tal instinto para el amor que sepa descubrirlo incluso donde nadie lo advierte;
La que escucha con más seriedad y con mayor esperanza la voz de los pobres y de los débiles que la de los ricos y poderosos, porque sabe que son más libres, menos comprometidos, más abiertos al Dios que llama siempre;
La que tiene más vocación de defensora de cualquier derecho humano que de protectora de privilegios propios o ajenos;
La que cree en Cristo más que en los bancos y en la diplomacia;
La que acaba venciendo no con el poder, sino con la fuerza misteriosa y santa de su "debilidad";
La que ante cada nuevo problema que me presenta la vida sabe darme no "su" respuesta, sino la de Cristo, y en caso de ignorarla me llama a colaborar en ella en una búsqueda común;
La que me habla más de Dios que del diablo,
del cielo que del infierno,
de la belleza que del pecado,
de la libertad que de la obediencia,
de la esperanza que de la autoridad,
del amor que de la inmoralidad,
de Cristo que de ella misma,
del mundo que de los ángeles,
del hambre de los pobres que de la colaboración con los ricos,
del bien que del mal,
de lo que me está permitido que de lo que me está prohibido,
de lo que aún está abierto a la búsqueda que de lo ya conquistado,
del hoy que del ayer;
La que me ofrece un Dios tan semejante a mí que puedo jugar con Él, y tan distinto que puedo encontrar en Él lo que ni puedo soñar;
La que es más madre que reina, más abogada que jueza, más maestra que policía;
La que tiene el fogón siempre encendido para todos los fríos y todas las soledades; el pan caliente preparado para todas las hambres y la puerta abierta, la luz encendida y la cama hecha para cuantos van de camino, cansados, en busca de una verdad y de un amor que aún no han encontrado.
A otros podrá gustarles la Iglesia con otra cara. Yo a la Iglesia la amo así, porque es de este modo como mejor me asegura la presencia viva de Cristo, el Cristo amigo de la vida, el que vino no a juzgar, sino a salvar cuanto estaba perdido.

Adaptado y abreviado de "El Dios en quien no creo", de Juan Arias (Sígueme 1969)