¿Cómo leer la Biblia?


Tomado de la buena semilla
por María Lozano

Felipe le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero..¿Entiendes lo que lees? Él dijo:
¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?


Para todos es primordial leer la Biblia. Pero, ¿Cómo sacar provecho de su lectura? Si usted no conoce la Biblia, que es la misma Palabra de Dios, y desea empezar a leerla, es normal que no comprenda todo en la primera lectura. Es aconsejable empezar con el Nuevo Testamento, la segunda parte de ella. Pídale a Dios que le ilumine por medio de su Espíritu. Pase rápidamente los capítulos que le parezcan difíciles; volverá a leerlos más tarde y los comprenderá a la luz de lo que hasta ahí haya entendido. Profundice en los pasajes sencillos que no necesitan explicación.

Evite rechazar lo que no le parezca lógico o conforme a lo que se le haya enseñado. No ceda a la tentación de inventarse una explicación. Desconfíe de las deducciones apresuradas que ciertas personas o sectas le proponen, pretendiendo que son las únicas admisibles.Los que elaboran tales doctrinas aíslan aquí y allá algunos pasajes bíblicos y los organizan según sus ideas. La Biblia forma una unidad; las partes que la componen se complementan entre sí.

No busque en la Biblia una confirmación de lo que siempre ha pensado; sino busque en ella la Verdad. Si es honesto en su búsqueda y desea sinceramente descubrir lo que Dios quiere decirle, no quedará decepcionado. Desde Génesis hasta Apocalipsis, el gran tema de la Biblia es Jesucristo, el Hijo de Dios.

Breve reflexión para Semana Santa


por Juan Stam

En Corinto había un grupo de creyentes que negaban que Pablo fuera apóstol, porque no había sido discípulo de Jesús. También hubo un grupo que negaba la resurrección. Para defender su apostolado y afirmar el hecho de la resurrección, Pablo parte de la esencia misma del evangelio:
Ahora, hermanos, les declaro el evangelio que les prediqué,
el mismo que recibieron…
Mediante este evangelio son salvos,
si se aferran a la palabra que les prediqué.
De otro modo, habrán creído en vano. (1 Corintios 15:1-2)
A continuación Pablo resume el evangelio con tres afirmaciones: Cristo murió, fue sepultado y resucitó (15:3-4). A la primera agrega dos aclaraciones: murió “por nuestros pecados” y “según las escrituras”. La segunda queda sin más comentario: la sepultura de Jesús es prueba de que realmente murió, y por ende que realmente resucitó. Pablo amplía la tercera con tres frases: “resucitó al tercer día, según las escrituras, y que se apareció (ôfthê) a Cefas” y a otras personas mencionadas (15:4-8). Pablo mismo es el último a quien el Resucitado se presentó igual que en los casos anteriores (con el mismo verbo, ôfthê). Eso le califica a Pablo a ser también testigo de la resurrección, aunque como el último y como un abortivo fuera del tiempo normal.[1]
En resumen, aquí el evangelio se define por esos tres hechos históricos: la muerte redentora de Jesús (viernes santo), su sepultura (sábado santo) y su resurrección (domingo de gloria), confirmada por muchos testigos oculares. Por eso, negar la resurrección de Jesús es negar el evangelio y anular su poder para salvación (15:2,14-17; Ro 1:16).
Esta concentración decisiva, aunque no excluyente, en la cruz y la resurrección es propia del evangelio. Lutero la llamaba theologia crucis. Por algo la Semana Santa se llama “la Semana Mayor”. Nunca antes ni después en sólo siete días la historia humana se transformó tan radicalmente.
Este énfasis en los eventos de lo que llamamos “la Semana Santa” no niega ni disminuye la importancia de la encarnación del Hijo, de su vida plenamente humana o de “el evangelio del reino”. Son enfoques distintos de un mismo evangelio. La encarnación de Jesús, como identificación solidaria con nuestra condición humana, es una clave muy esclarecedora al significado de su muerte y resurrección.[2] La cruz y la resurrección serían imposibles sin la encarnación; la vida humana de Jesús sin la cruz y la resurrección no nos podría salvar. No somos redimidos aparte de la encarnación y el anuncia del reino, pero es por la cruz y la resurrección que ellos realizan su eficacia salvífica.
Al principio de esta misma epístola Pablo enuncia el mismo enfoque evangélico:
El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden,
en cambio, para los que se salvan, es decir, nosotros, este mensaje es el poder de Dios…
Ya que Dios… tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que creen.
Los judíos piden señales milagrosas y los gentiles buscan sabiduría,
mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado…
Cristo es el poder de Dios y la salvación de Dios.
Pues la locura de Dios es más sabía que la sabiduría humana,
y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza humana…
Me propuse, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna,
excepto de Jesucristo, y este crucificado… (1Co 1:18-25; 2:2)
Este mismo enfoque cristológico y evangélico aparece en diferentes pasajes del Apocalipsis. Al puro comienzo, en el saludo/bendición inicial, Pablo desea a sus lectores “Gracias y paz” de Dios Padre (el gran “Yo soy”), del Espíritu y de Jesucristo “el testigo fiel, el primogénito de la resurrección, el soberano de los reyes de la tierra” (Ap 1:5). En el Apocalipsis el término “testigo” (martus) suele referirse más a la praxis de la fe, y hasta el martirio, que al testimonio (marturia) como discurso (cf. 2:13; 6:9). Es casi seguro que este primer título de Jesús se refiere a su crucifixión (cf. 1Ti 6:13), junto con la resurrección que sigue en el segundo título (”primogénito de la resurrección”). Con esos dos títulos tenemos la Semana Santa, y con el siguiente, “el soberano de los reyes de la tierra”, llegamos hasta el domingo de la Ascensión.[3] El v.11 completa el esquema cristológico con una referencia a la Segunda Venida de Cristo. Ese enfoque enfáticamente histórico es muy propio de la teología evangélica.[4]
Lo mismo puede decirse de la cristología del Cordero en el Apocalipsis. El capítulo 4 tiene una teología de la creación muy inspiradora, y cierta teología de la soberanía de Dios (4:2-3,10), pero no tiene cristología ni soteriología. Según el inicio del capítulo 5, cuando nadie pudo abrir los sellos del libro, Juan, dentro de la visión, no ha visto al Cordero ni ha conocido el euaggelion de la salvación y sólo puede llorar desconsoladamente. Entonces uno de los veinticuatro ancianos “evangeliza” a Juan con las buenas nuevas de salvación: el León de Judá, el retoño de David, ha vencido. En seguida Juan cambia su mirada hacia el gran trono, y ahí ve un Cordero con las cicatrices del cuchillo sacrificial (su muerte, 5:6) pero ahora en pie, lleno de gloria y poder (su resurrección 5:6). En seguida ese Cordero se acerca al trono y toma el libro de la mano derecha de Dios.
Cuando aparece el Cordero, todo cambia. El llanto se convierte en canto, la mala noticia en evangelio. Primero el “coro unido” de los vivientes y los ancianos, de rodillas, con arpas y perfume, adora al Cordero que murió y resucitó (5:8-10); después millones y millones de ángeles adoran también al Cordero (5:11-12), y al fin la creación entera adora al Padre y al Cordero (5:13). En un libro que insiste en adorar sólo a Dios y a nadie más (19:10; 22:8-9), esta adoración al Cordero es una clara afirmación de otra convicción fundamental de la teología evangélica: la plena deidad de Jesucristo.
Que Dios nos conceda una Semana Santa profundamente evangélica, repleta del inmenso gozo de as buenas nuevas y de nuestra gratitud a Dios por su gracia hacia nosotros/as.
¡A todos, una bendecida semana santa, evangélica y eucarística!

[1] Bien observa Irene Foulkes que Pablo aquí toma por premisa el hecho de que Cristo resucitó (15:1,11,13-16). Los corintios mencionados en 15:12 no negaban la resurrección de Jesús sino “una resurrección futura de los y las creyentes”.
[2] Ver “Hacia una cristología de la santidad” juanstam.com 19 enero 2007; 30 marzo 2012.
[3] Es importante que las comunidades celebran no sólo viernes santo y domingo de resurrección sino también Ascensión y Pentecostés como fechas de la historia de la salvación.
[4] El valioso libro de J. Gresham Machen, Christianity and Liberalism, identifica a esta orientación histórica como la esencia de la teología evangélica. Hay mucho que criticar en los escritos de Machen, pero me parece que la tesis de este libro suyo es acertada.