El perfil pedagógico de Jesús

por Elsie Romanenghi de Powell
Hace muchos años, cuando cursaba el secundario, saqué de la biblioteca del colegio La Vida de Jesús,de Renan. Sabía poco del autor, y menos aún si era agnóstico, liberal o creyente, pero hasta hoy recuerdo la sensación de leer a alguien que escribía muy bien y pintaba magistralmente las cualidades de Jesús como Maestro...
Aunque ya he olvidado totalmente lo que decía, recuerdo la sorpresa de descubrir que Jesús era admirado y descrito con un lenguaje tan diferente al del púlpito. Pasaron muchos años hasta que supe que la Vida de Jesús de Renan era una de las muchas "vidas de Jesús" que aparecieron durante el siglo 19. Filósofos y escritores, teólogos o no, se preciaban de haber escrito "su" vida de Jesús. La mayoría de tales "vidas" resultó ser más bien ensayos que reflejaban la idiosincrasia e ideología del propio autor antes que un manejo riguroso de las fuentes. Años después de esa lectura juvenil de Renán, descubrí lo insignificante que era el cuadro que él había pintado al compararlo con el Jesús que cobró vida para mí desde las páginas de los Evangelios.

Creo que volcar la mirada hacia los rasgos que afloran del modo de enseñar de Jesús bien puede ser una contribución a lo que significa enseñar en medio de la crisis.
Comienzo por citar unas líneas de un artículo periodístico en ocasión de la reciente visita a la Argentina del presidente de la UNESCO para el área de América Latina: "Los profesores se preguntan qué enseñar mientras los alumnos se preguntan de qué sirve estudiar".1 Si estas palabras son ciertas, producen desolación.¿Cómo responder a una crisis así? 
La palabra crisis significa la necesidad de tener que elaborar juicios sobre una situación que nos exige una respuesta, una elección, un camino a seguir. Ya no estoy en la docencia, pero el haber pasado veinticinco años de mi vida en ella -cinco en sexto año de un colegio secundario y veinte en la universidad- me impulsan a opinar desde mi propia experiencia.

¿Qué es un verdadero maestro?

¿Cómo enseñaba Jesús? ¿Fue en realidad un maestro? Pienso que sí. A Jesús se lo conocía como un maestro y él mismo debió sentirse cómodo con el calificativo porque lo aceptaba. Lo empleaba a veces para referirse a sí mismo: "Ustedes me llaman Maestro... y dicen bien..."; o "Si yo, el Señor y el maestro he hecho tal cosa..." son expresiones que lo confirman (Jn 13:13-14). Algo diferente había entre él y otros maestros porque la gente afirmaba que Jesús "no enseñaba como los escribas" sino "con autoridad". ¿Qué cosas otorgaban autoridad a Jesús en su tarea de enseñar? Lo menos que podemos suponer es que sabía de lo que hablaba.

Pero veamos algunos rasgos característicos:

Jesús era un maestro creativo
Jesús no se limitaba a los espacios de enseñanza tradicionales. Usaba el patio del templo o el aula de la sinagoga sin problemas, pero no se limitaba a ellos. Si había necesidad de enseñar a la orilla de un lago, o en la falda de la montaña, lo hacía. Enseñaba a grupos numerosos, pero sabemos que algunas de sus mejores lecciones fueron trasmitidas a una sola persona (Jn 3). Enseñaba sin distinción de lugares, edades o niveles culturales. Usaba lo que hoy llamaríamos la educación formal y la no formal. Jesús debió sentir que estaba en una emergencia educativa, ya que sólo contaba con tres años para enseñar y preparar discípulos que continuaran sus enseñanzas.
Creo que ante una crisis se debe ser flexible y creativo. Por ejemplo: Nos dicen que hay un 60% de niños bajo el nivel de pobreza, lo que virtualmente equivale a que decir que serán víctimas de la exclusión educativa. La posibilidad de revertir ese porcentaje hasta lograr sólo un 20% de marginación llevaría, según ese mismo informe,2 unos diez años. Significa que durante ese tiempo millones de niños se convertirán en excluidos sociales con todo lo que ello entraña para un país. ¿No debe una crisis así convertirnos en buscadores de respuestas nuevas y flexibles como ya se está intentando en áreas de salud y de comercialización? Un "tren de la salud" intenta paliar dos veces al año las carencias en los lugares donde ya no hay ninguna contención de la salud. Redes de comercialización por trueque permiten sobrevivir a muchos a través de ideas creativas. ¿No es hora de organizar una red de cientos de voluntarios, quizás egresados secundarios, que una vez capacitados inunden los hogares aislados, las viviendas marginales, los ranchitos de los poblados, las playas, las canchas, las calles, los espacios radiales y televisivos, para dar contención educativa temporaria hasta superar le crisis?

Jesús era un maestro comprometido
Jesús tenía un compromiso especial para con los más desprotegidos. Fue en ellos, a pesar de su sencillez y marginalidad, en quienes cifró la esperanza de que su enseñanza tuviera éxito. Aunque no excluyó a los más capaces o pudientes que querían conocer lo que él enseñaba, Jesús encaminó el cambio cultural más grande de la historia a través de gente mayoritariamente despreciada y hasta excluida de la sociedad (Mr 2:13). Y cuando lo criticaban por esa preferencia respondía: "Los sanos no tienen necesidad de médico sino los enfermos". En otras palabras, se insertó en el tejido débil de la sociedad, en la marginalidad social, en su falta de esperanza, en su ignorancia y en su miseria moral, porque creía que era posible sanarlos. En muchas ocasiones el cristianismo hizo lo mismo. Llevó las escuelas allí donde hacía más falta porque la miseria moral era más grande. Las llevó adonde la sociedad estaba enferma de carencias. Sin embargo, en otras ocasiones los cristianos prefirieron captar las clases altas, aliarse al poder o convertir la educación en comercio. Conozco las asimetrías de la educación argentina por haber vivido tantos años en el norte argentino. Zonas donde al acabarse una fuente de trabajo los poblados quedan semivacíos por la migración a las grandes ciudades, y las casas parcialmente derrumbadas sólo albergan viejos con uno que otro nieto que les hace compañía, lo que traducido significa que deben acarrear el agua y cuidar los animales para que tengan pastura, pero también aceptar una deserción escolar no deseada. Siempre me pregunto por qué se tiene que llamar "desertor" a alguien que es simplemente víctima de la exclusión.
Las escuelas sin suficientes alumnos se cierran y las esperanzas también. Se acentúa así un círculo vicioso que gira en torno a la inequidad económica que imponen ajustes donde no debería haberlos, pero que además tiene que ver con un sistema educativo que no logra cambiar y en gran medida perpetúa esa misma inequidad. Gracias a Dios porque, aunque insuficientes, todavía existen escuelas rurales, la mayoría escuelas rancho, donde los maestros luchan para cumplir su tarea de engrandecer la calidad de vida del país. 

Jesús asumía posturas críticas
Es posible que la autoridad de Jesús como maestro naciera en gran medida porque asumía una posición contestataria frente a las distorsiones de la sociedad. Se animaba a señalar las tradiciones que se habían desviado y las normas absurdas que no respondían a ninguna racionalidad. A¿Por qué haces lo que no está permitido hacer?, le preguntaban a cada paso. Y él respondía a veces dando razones y otras veces simplemente actuando, a pesar de que sabía que irritaba a los líderes oficiales y guardianes de la tradición. Por cierto que fue esa actitud de libertad ante normas ineficaces la que le trajo más problemas por parte de sus adversarios.
Sin embargo, había otras cosas que evidentemente le provocaban irritación respecto al contexto de la enseñanza. Al hablar de "los que se sientan en la cátedra de Moisés", es decir, los máximos representantes de la comunidad educativa, les advertía a sus discípulos que no fueran como ellos en tres cosas: Primero, ellos enseñaban bien, pero no vivían lo que practicaban. En segundo lugar, ponían cargas insoportables sobre los demás, pero ellos no querían tocarlas ni siquiera con un dedo (Mt 23:4). Conozco de cerca el drama de ver alumnos sobrecargados con las exigencias de sus profesores.
Lecturas para una semana que el profesor no lograría leer ni en un mes. Acumulación de parciales superpuestos, y listas de tareas monográficas, que muchas veces los profesores ni siquiera se ocupaban en leer. Lo que se lograba en muchos casos era que el alumno terminara pagando a alguien para que le hiciera una monografía (un dato de primera fuente) o pusiera su firma en un trabajo de equipo en el que no había participado. Una investigación hecha en la Universidad de Tucumán (de unos 30.000 alumnos) demostró que al cabo de los primeros diez años se recibe sólo un 2% de alumnos.
Son los más caros del mundo, pero lo paga un pueblo empobrecido con impuestos que terminan subvencionando a alumnos de clase media/alta, no siempre los mejores, pero sí los menos afectados por los escollos burocráticos y trabas económicas en su largo peregrinaje por las frustraciones. Además, se trata de un sistema que hasta ahora no ha investigado a fondo las razones de esa escandalosa deserción universitaria. En tercer lugar, Jesús desenmascaró la vanidad característica de estos "ocupantes de cátedra". Dijo que les complacía ser llamados maestros y buscar los asientos de honor. Nos recuerda que esa debilidad sigue vigente. En este contexto, agregó que entre sus discípulos en realidad había un solo maestro, él mismo, y los demás debían aprender los unos de los otros. La capacidad intelectual es simplemente un don y no tiene por qué crear un brillo de prestigio mayor que el de otros dones, pero a veces los mismos programas escolares van creando una exagerada autoestima en los alumnos que demuestran ser más analíticos que imaginativos, o más racionales que prácticos, como si una cosa fuera más importante que la otra. Por años he oído que se tiene que corregir este sesgo y hacer que los programas sean más adaptables a la riqueza y variedad de cada alumno. Por años he oído también que se tienen que cambiar ciertas tradiciones educativas que no tienen sentido de perpetuarse. Pero poco se hace.
Recordemos que Jesús no necesitó salir con pancartas ni organizó protestas, pero sí se atrevió a actuar de manera diferente, y esa libertad de acción provocó que algunos lo siguieran y otros lo persiguieran.
Recuerdo una experiencia insignificante cuando ingresé por primera vez en la docencia secundaria. Me habían llegado rumores de que sexto año era un curso muy indisciplinado, holgazán y sin interés en estudiar. Un profesor había renunciado porque la indisciplina lo superaba. Cuando entré ese día en el aula (sospecho que con visible inseguridad) simplemente dije: "¿Qué tal? ¿Cómo les va?" Me di con un aula llena de caras sorprendidas y expectantes. Unos estaban sentados, otros medio incorporados y todos me miraban como esperando algo.
-¿Qué pasa? -pregunté.
-Falta el saludo -dijo un alumno. -Usted tiene que decir: "¡De pie!... ¡Buenos días!", y nosotros contestamos.
-¿Y eso es un saludo? -pregunté sorprendida.
Naturalmente, y aun sin ánimo de crítica, preferí saltear la rutina. Interiormente sentía que gritar esas órdenes de cuartel representaba una de las típicas formas de autoritarismo con que los profesores trataban de imponerse por sobre los adolescentes.

Otra tradición que pronto descubrí en el secundario fue el uso de las granadas de mano que los profesores arrojan diariamente con el nombre de "amonestaciones". A veces se lanzan amonestaciones a mansalva (cuando no se sabe quién es el culpable), otras veces caen sobre la cabeza de un inocente (sentado al lado del culpable), o se las usa como extorsión o amenaza para doblegar la tropa indisciplinada. El clima en los secundarios suele ser de guerra y agresión mutua. El profesor castiga el desorden, la indisciplina y la falta de respeto. El alumno se siente a su vez agredido por clases mal preparadas, por el aburrimiento y la falta de incentivo ("para qué sirve estudiar"), y por los gritos y amenazas cotidianos.

Una tradición más. Existe una confusión entre el plano del rendimiento académico del alumno y el de sus "llegadas tarde". Para controlar estas últimas había alguien en la puerta principal, quien, diez minutos después del timbre, castigaba al que llegaba tarde con media falta. Con el tiempo esas medias faltas se sumaban y después de varias instancias se podía perder el año. Discutí en vano que lo correcto era castigar (o corregir) la impuntualidad de otras maneras: por ejemplo, un par de horas extra semanales con trabajos de servicio. Si el alumno tenía un buen rendimiento escolar y estudiaba, ¿por qué poner en riesgo su año académico por faltas que no eran académicas? Además, ¿se sabía si vivía en un barrio distante, si sus padres tenían auto, si había muchos hermanitos para repartir cada mañana o si el servicio de ómnibus fallaba con frecuencia? A toda costa se insistía en mantener la tradición vigente, aunque no tuviera lógica.
Cuando llegué a la docencia universitaria pensé que las cosas serían distintas, pero allí también la asistencia era obligatoria y debía llegar a un 70%. De lo contrario, se perdía la promoción y se quedaba "libre", es decir, obligado a rendir con tribunal y con el doble del programa. El control de asistencia lo llevaba el profesor. Un día se me acercó un alumno que era excelente en todo, pero que faltaba con frecuencia. Estaba preocupado porque iba a "quedar libre". Me contó que era albañil y no siempre podía salir temprano de la obra. Le dije que de mi parte no le contaría las inasistencias, pero que debía venir una vez por mes a consultar y aclarar sus dudas. Si un alumno es bueno y cumple con sus tareas, ¿por qué hay que vigilar su asistencia a clase? No siempre los que tienen buena asistencia responden bien académicamente y, a la inversa, no siempre los que faltan responden deficientemente. Además, los alumnos asisten voluntariamente a las clases de los buenos maestros, y se escabullen como pueden de los malos.
Es posible que estas tradiciones, en el momento en que escribo estas líneas, hayan sido superadas. 

Jesús usaba la metodología de la sencillez
Los Evangelios dicen que Jesús "les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas", es decir, relatos sencillos, ilustraciones que encendían la imaginación, analogías fáciles de recordar. Esa era la base de su enseñanza: lo profundo hecho simple, lo elevado puesto al alcance de todos, lo difícil convertido en sencillo. Todo buen maestro lo sabe hacer, o lo hace instintivamente. Sin embargo, es fácil contraer "el complejo de la erudición". Querer compactar todo lo que se sabe en un paquete de información casi siempre poco digerible.
Jesús empleaba ejemplos de pesca y de agricultura y hablaba de levadura y utensilios caseros. Usó el tema de los robos y asaltos de su época y habló de Dios basándose en las andanzas de un hijo descarriado. Hablaba de los manejos de la política en Roma, de los preparativos para una guerra insensata, de subcontratistas corruptos. Partía del universo conocido de quienes lo escuchaban, y de allí llegaba a lo que quería enseñar. Todo buen maestro lo hace instintivamente, como Sócrates, quien logró que un esclavo (sin saber matemáticas) dedujera el teorema de Pitágoras haciéndole dibujar con el dedo del pie en la tierra.

Jesús tenía una pedagogía basada en la compasión
Hay una escena que me conmueve porque arroja luz sobre una cualidad que no puede estar ausente del maestro. Marcos relata que Jesús estaba activo en una etapa de enseñanza (Mr 6:30ss.). "No tenían tiempo ni para comer", señala. Y cita después las palabras de Jesús: "Vengan conmigo ustedes solos a un lugar tranquilo y descansen un poco". Es evidente que Jesús necesitaba descanso físico, tiempo a solas, tranquilidad espiritual. No obstante, cuando se fueron a buscar un lugar apartado, se dieron con que una multitud se les había anticipado. Nunca pudieron conseguir el descanso que necesitaban.
¿Cuál fue su respuesta? "Cuando Jesús desembarcó y vio tanta gente, tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor". Entonces "comenzó a enseñarles muchas cosas", dice el texto.
La tarea educativa surge, debe surgir, de un profundo sentimiento de compasión que haga superar, cuando sea necesario, el cansancio y el agotamiento espiritual producido por la frustración personal, la precariedad de sueldos que no llegan o no alcanzan, y la falta crónica de tiempo que padecen los maestros. Es la compasión, o más bien ese amor inagotable que brota de una verdadero maestro, lo que permite seguir enseñando. Incluso, en esta misma escena, al percatarse que venían mal alimentados, Jesús extendió su compasión y les dio de comer. Pienso en los pequeños "milagros" diarios que se vienen repitiendo en muchas escuelas argentinas. Escuelas donde hay que dar de comer sin víveres, escuelas saqueadas donde se deben reponer equipos sin dinero oficial, escuelas que se caen a pedazos y se reconstruyen con la ayuda de los padres. Son milagros que restauran y reponen lo que otros destruyen, a partir de esa compasión y solidaridad.

Jesús era inclusivo
Finalmente, uno de los rasgos que podemos señalar de Jesús era su capacidad para integrar alumnos de personalidades muy diferentes, trasfondos ideológicos opuestos, edades dispares, e incluso mujeres, lo cual era totalmente revolucionario para la época. Cuando eligió a los Doce, incluyó a muchachos de tendencia revolucionaria, y a sus enemigos naturales, como un cobrador de impuestos para Roma. Incorporó a Juan, un jovencito, junto a hombres maduros. No es errado suponer que su intención, entre otras, era lograr que personas así aprendieran a convivir. ¡Y vaya si les costó el aprendizaje, hasta que finalmente los unió una meta común!
La Argentina debe unirse detrás de una meta común, la de achicar las brechas cada vez mayores de nuestra sociedad. Dice el mismo informe citado de la UNESCO que las escuelas latinoamericanas se han convertido en un instrumento de reproducción y aun de acrecentamiento de las diferencias sociales.
No siempre nos damos cuenta de lo que es discriminar, y a veces nos toma desprevenidos. No olvido a aquel alumno que entró a rendir y sólo le faltaba la gorra para parecer un barrabrava de Belgrano. Morocho, el pelo electrizado y largo,
desaliñado y con zapatillas rotas. Demás está decir que ya nos preparábamos para verle hacer un papelón. Sin embargo, dio el mejor examen sobre la ética de Kant que habíamos escuchado jamás.
La exclusión social puede tomar otras formas sutiles. Mis nietos asistieron a un colegio secundario polivalente de Ushuaia en el que, después de un ciclo básico, podían elegir entre tres ramas vocacionales: la artística, la científicotécnica
y la humanista. Por alguna razón aparentemente justificada, la Ley Educativa ordenó que los colegios secundarios estuvieran orientados de acuerdo con la salida laboral de cada región. El colegio polivalente redujo sus opciones a especializaciones en turismo y hotelería. Otros colegios de regiones norteñas y centrales debieron adecuarse a especializaciones como auxiliares en minería o en productos alimenticios. No pude menos que pensar en la educación puesta al servicio de la exclusión, que se puso en marcha en Sudáfrica, en la época del apartheid. El Estado proveía colegios para niños y niñas de color, pero en ellos sólo se enseñaba lo necesario para funcionar en la servidumbre. Las mujeres estudiaban artes domésticas, manualidades, etc. A los varones los adiestraban para sus servicios futuros: jardinería, auxiliares de limpieza.
Si creemos que en el Chaco o la Patagonia no hay niños que puedan ser artistas, escritores, o músicos potenciales, estamos profundamente equivocados. Negarles a ellos la posibilidad de elegir esa salida vocacional es una forma de discriminación educativa.
Reflexionar sobre estos aspectos de la docencia parece trivial. Sin embargo, sirve para recordar que el sistema educacional está en crisis, pero no solamente por razones presupuestarias. Está en crisis porque no tiene una meta clara según la cual la educación es la posibilidad de dar a cada persona del país el máximo desarrollo de su potencial de aprendizaje. Cuando esto no se cumple, la educación se vuelve un engranaje más dentro de una trama cada vez mayor de inequidad social.

Notas
Artículo tomado de la Revista Iglesia y Misión N°79 
1 Silvia Bacher, París, para La Nación, domingo 14 de julio de 2002.
2 Informe de la Secretaría de la UNESCO sobre Educación en América Latina, 1999.