Decisiones en Navidad

Hemos decidido que en esta Navidad, en vez de dar regalos, nos haremos presentes junto a los hambrientos, los necesitados y los excluidos. Papá Noel será ignorado y, selladas las chimeneas, abriremos corazones y puertas a la llegada liberadora del Niño Jesús.

Hemos decidido que Navidad no nos convertirá en lo que no somos: en este verano tórrido arrancaremos del árbol de Navidad todos los algodones de falsas nieves; cambiaremos las nueces y las castañas por frutas tropicales, los renos y trineos por carrozas repletas de alimentos no perecederos; y si sobrara por ahí algún Papá Noel, que aparezca en bermudas y sandalias.
Hemos decidido que cartas de niños, sólo las dirigidas al Niño Jesús, como la de aquella niña sensible que, al ver el pesebre, escribió una carta prometiendo regalar alguna ropa para el hijo desnudo de María y José.
Hemos decidido que los niños, en vez de juguetes y pelotas, pedirán bendiciones y gracias, abriendo sus corazones para destinar a los pobres todo lo superfluo que llena los armarios. Lo que le sobra a uno es la necesidad de otro, y quien reparte bienes comparte a Dios.
Hemos decidido que, al menos un día, desenchufaremos toda la parafernalia electrónica —incluido el teléfono— y, recogidos en soledad, haremos un viaje al interior de nuestro espíritu, allí donde habita Aquel que da fundamento a nuestra verdadera identidad. Entregados a la meditación, cerraremos los ojos para ver mejor.
Hemos decidido que, alejando los pudores, las familias harán al menos un momento de oración, leerán un texto bíblico, agradecerán al Padre de Amor el don de la Vida, las alegrías del año que termina e incluso los dolores que exacerban la emoción sin que se pueda entender con la razón. Transitoria, la vida es un río que sabe ir al mar como destino, pero que no conoce cuántas cascadas y piedras habrá de encontrar en su transcurso.
Hemos decidido que quitaremos la espada de la mano de Herodes, y ya ningún niño será condenado al trabajo precoz, violado, golpeado o amenazado. Todos tendrán derecho a la ternura y a la alegría, a la salud y a la escuela, al pan y a la paz, al sueño y a la belleza. El Niño del pesebre vino para todos, indistintamente, y no se puede orar el Padrenuestro si el pan no se vuelve nuestro sino que queda como privilegio de una minoría más que satisfecha.
Hemos decidido que las mesas de Navidad estarán cubiertas de afecto y, dispuestos a renacer con el Niño, trataremos de sepultar iras y envidias, amarguras y ambiciones desmedidas, para que nuestro corazón sea acogedor como el pesebre de Belén.
Hemos decidido que, al igual que los magos, todos daremos un voto de confianza a la estrella de Belén, para que ella conduzca a nuestro mundo hacia días mejores. No buscaremos nuestro propio interés sino el de la mayoría, sobre todo el de los que, a semejanza de José y María, fueron excluidos del «sistema» y, como una familia sin tierra, obligados a ocupar un predio en el que brilló la Esperanza.

-- Frei Betto
Fraile dominico brasileño, teólogo de la liberación, escritor, trabaja con las comunidades eclesiales de base y el movimiento de trabajadores rurales «sin tierra» de su país.