A Dios lo que es de Dios

Le enviaron después a unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones. Ellos fueron y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no? ¿Debemos pagarlo o no?».
Pero él, conociendo su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me tienden una trampa? Muéstrenme un denario». Cuando se lo mostraron, preguntó: «¿De quién es esta figura y esta inscripción?». Respondieron: «Del César». Entonces Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios». Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta. (Mc 12, 13-17)


¿Qué hizo Jesús ante “la trampa”? Jesús se muestra a sí mismo muy agudo, y se aparta de una situación difícil. Y resuelve la trampa con sabiduría abriendo una tercera respuesta que sobrepasa la barrera de la división que maliciosamente implicaba la pregunta y además, separó claramente el ámbito de las acciones y decisiones humanas de todas aquellas que son de Dios. Esta trampa de los fariseos se sigue presentando hoy en diversos planos, pero las cosas de Dios están en otro orden. Para muchos, las cosas del César son las cosas del mundo, las de Dios, son las cosas en las que el hombre se siente religado a un mundo religioso, pero eso no es suficiente. Como cristianos estamos llamados a impregnar de fe toda nuestra vida, y en todas sus dimensiones. No basta expresar la fe cuando vamos a misa o en actos religiosos, sino que vivir la fe hoy significa encarnar.

Memorias de Giovani Bosco (Don Bosco)
La astucia de Jesús en el Evangelio me recuerda el relato de las Memorias del Oratorio, donde el mismo Don Bosco se narra y que con agudeza puede identificar con claridad las intenciones ocultas de unas personas y no se deja engañar: “Entre tanto se imponía cada vez más el rumor de que don Bosco se había vuelto loco. Mis amigos estaban doloridos, había gente que se burlaba, el arzobispo dejaba andar las cosas; don Cafasso me insistía en que cediera un poco, el teólogo Borel callaba. Así es que, a medida que mis colaboradores me abandonaban, vine a quedar solo con cuatrocientos muchachos. Hubo entonces algunas personas más respetables que se propusieron cuidar de mi salud. Se decían: don Bosco con esas ideas fijas va a acabar en la locura. Tal vez un tratamiento le sentará bien. Llevémoslo al manicomio y allí, con el respeto que se merece, se le podrá atender como él lo necesita. Encargaron a dos personas para que vinieran en un coche a llevarme. Me saludaron cortésmente y me preguntaron por mi salud, por el Oratorio, por los edificios y la iglesia futuros de que hablaba. Luego, asintiendo con un profundo suspiro, dijeron, ¡es verdad! Y sin más, me invitaron a salir con ellos de paseo, ya que, según comentaban, un poco de aire me haría bien. - Venga, el carro está listo. Tenemos tiempo para hablar por el camino. Me di cuenta entonces de sus intenciones, y sin demostrarlo, los acompañé hasta el coche e insistí en que entraran ellos primero y tomaran asiento. Luego, en vez de hacerlo yo, cerré de un golpe la portezuela y grité al conductor: ¡De prisa, al Manicomio, que allá esperan ya a estos dos sacerdotes!”.

Oración
"Dime cómo hacerlo, Señor
si puedo hacer, hoy, alguna cosa
si puedo realizar algún servicio,
si puedo decir algo bien dicho,
dime cómo hacerlo, Señor.
Si puedo arreglar un fallo humano,
si puedo dar fuerzas a mi prójimo,
si puedo alegrarlo con mi canto,
dime cómo hacerlo, Señor.
Si puedo ayudar a un desgraciado,
si puedo aliviar alguna carga,
si puedo irradiar más alegría,
dime cómo hacerlo, Señor.”

Grenville Kleiser