“Jesús lloró.” (Juan 11:35)
El silencio emocional como obstáculo para el bienestar y la comunión
En muchos entornos familiares y comunitarios, se ha enseñado que “sentir” es debilidad, y que “mostrar emociones” es señal de inmadurez. Esto ha llevado a generaciones a ocultar el enojo, negar el dolor o reprimir la tristeza, afectando no solo a la persona que los reprime, sino también a la autenticidad en los vínculos.
Tengo aún en mi memoria, el día que falleció mi papá; producto de un accidente de tránsito. Mi hermana tenía solo 2 años y yo tenía 10 años de edad. Mientras transcurría el velatorio, el cual se realizó en mi propia casa, mis tías y seres queridos me decían frases como: "no tenés que llorar", "ahora tú eres el único hombre de la casa", "tenés que cuidar a tu mamá y a tu hermana", "los hombres no lloran", entre otras expresiones similares, mientras el cuerpo de mi papá estaba allí, en un cajón; en medio de la habitación en donde dormían mis padres. Varios años tardé en recuperarme de esa tristeza e impotencia, frente al misterio de la muerte. Me faltó llorar y un espacio para poder desahogarme, hablar sobre mi gran tristeza. Tener la posibilidad de expresar ese dolor e incomprensión.
Las emociones no son enemigas del espíritu. Son señales del corazón. Jesús mismo lloró ante la muerte de su amigo, se conmovió por la multitud, se indignó por la injusticia y expresó su angustia en Getsemaní.
Silvan Tomkins, psicólogo y pionero en la teoría del afecto, expresó:
“La emoción es el motor primario de la motivación humana. Cuando se suprime o distorsiona su expresión, se inhibe la capacidad de conectarse auténticamente con uno mismo y con los demás.” - Tomkins (1962-1992)
En otras palabras, no hay bienestar ni convivencia auténtica si no hay espacio para expresar lo que se siente. Silenciar emociones produce desconexión, resentimiento y muchas veces violencia pasiva. En cambio, cuando se habilita un lenguaje emocional claro y respetuoso, la persona y los vínculos se restauran.
Sentir, expresar y transformar
Jesús no ocultaba sus emociones. En la sinagoga, se irritó ante la dureza de corazón (Marcos 3:5); en el huerto, expresó su angustia con libertad (Mateo 26:38). Pero su emoción no lo esclavizaba: la integraba en su discernimiento espiritual y acción restauradora.
Así, nos enseña que expresar emociones no es perder el control, sino recuperar el alma. La verdadera fe no niega el dolor, lo transforma en camino de sanación y comunión.
Aplicación práctica
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En la familia: Permitir que cada miembro diga cómo se siente sin ser ridiculizado ni corregido. Acompañar sin juzgar.
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En las iglesias: Formar espacios de sanación donde se pueda hablar del sufrimiento, el enojo o la alegría con libertad.
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En los equipos: Validar las emociones del otro sin necesidad de estar de acuerdo con sus ideas.
Como afirman las prácticas restaurativas: “La emoción no es un problema; es parte de la solución.”
Afirmación
Mis emociones son parte de mi humanidad, y Dios habita también en ellas. Hoy me permito sentir, expresar y sanar junto a otros.
Ejercicio personal y comunitario
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Ejercicio personal: Durante esta semana, anotá cada día una emoción dominante y el hecho que la generó. Preguntáte: ¿Me la permití? ¿La comuniqué con alguien?
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Ejercicio grupal: Proponer una dinámica en la comunidad: cada persona nombra una emoción que haya sentido esta semana y explica brevemente qué la provocó. Nadie responde, solo escucha.
Citas
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La Biblia. Juan 11:35; Marcos 3:5; Mateo 26:38.
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Tomkins, S. S. (1962–1992). Affect Imagery Consciousness (Vols. I–IV). Springer Publishing Company.
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International Institute for Restorative Practices. (2019). Restorative Practices Handbook. Bethlehem, PA.
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Grün, A. (2009). Límites sanadores. Editorial Sal Terrae.